‘Skyfall’ crítica: “una película de James Bond”

Si la estupenda “Casino Royle” nos devolvió con aires renovados (y, ejem, prestados de otra saga) al espía más famoso del cine, la desastrosa “Quantum of Solace” casi lo arruina todo, poniendo en peligro la solvencia de la reiniciada franquicia. Un “ligero” paso en falso que apenas se percibió en taquilla y que tampoco amedrentó a los productores para seguir adelante con este nuevo James Bond; un 007 menos sofisticado pero mucho más humano y vulnerable que sus predecesores.

Dicha continuidad, no obstante, se ha hecho derogar debido a los problemas financieros que atravesó MGM en 2010, declarándose en bancarrota y provocando un inevitable parón en la producción de la vigésimo tercera entrega de la saga (entre otros proyectos que también se vieron afectados).

Pero como reza el dicho, más vale tarde que nunca. Además, parece que ese obligado descanso (el mayor entre una entrega y la siguiente dentro de un mismo ciclo, siempre que no tengamos en cuenta la no oficial “Nunca digas nunca jamás” protagonizada por un viejuno Sean Connery) le ha sentado bien, o al menos ha servido para tomarse la tarea con más calma.

Tras el fracaso de la última y fatídica misión de James Bond, la identidad de varios agentes secretos en distintos puntos del planeta queda al descubierto. Al mismo tiempo, alguien atenta contra la sede del MI6, lo que obliga a M a trasladar su agencia. Debido a estos sucesos, su autoridad y posición al frente del MI6 se verán amenazados por Mallory (Ralph Fiennes), el nuevo Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad.

A raíz de las amenazas internas y externas a las que se enfrenta, M no tiene otra opción que recurrir al único aliado en quien puede confiar: James Bond, quién regresa de entre los muertos para seguirle la pista al misterioso Silva (Javier Bardem), cuyas letales y ocultas motivaciones están aún por desvelarse.

Esta tercera entrega con Daniel Craig en la piel de Bond llega en plena celebración del 50 aniversario, y precedida de entusiastas críticas que la tachan de ser “la mejor de la saga”. Una afirmación que de tan extendida parece haberse convertido en una verdad incontestable. Nada más lejos de la realidad.

No sólo no es la mejor entrega de la saga (tampoco sabría decir cuál lo es, la verdad), sino que tampoco supera a “Casino Royale”. ¿Es eso un problema? Para nada, porque aunque las comparaciones sean algo odiosas, lo cierto es que “Skyfall” es un solvente entretenimiento y un filme de James Bond lo suficientemente bueno como para contentar a los incondicionales.

Sam Mendes ha asumido la dirección del filme algo por encima de lo que supone un habitual trabajo de encargo, relegando la acción a un segundo plano en favor de los personajes, a los que –con la ayuda de los guionistas- dota de mayor peso en la trama. De hecho, ésta gira alrededor de M, con quien el villano tiene una fijación especial cuyo origen iremos descubriendo a medida que avance el metraje. En medio del meollo se encuentra, obviamente, nuestro omnipresente protagonista, un Bond algo tocado física y emocionalmente tras su última misión, pero igual de predispuesto a servir a Inglaterra.

El pasado juega aquí un papel importante y vital para comprender las distintas conexiones entre el trío protagonista. Desde las razones que motivan el deseo de venganza de Silva para con M, hasta el vínculo afectivo materno-filial entre ésta y Bond. Una relación que, dicho sea de paso, no queda del todo bien asentada (con tanta puyita, M y Bond parecen más bien un matrimonio antes que cualquier otra cosa). Eso sí, aprovechamos para redescubrir a Bond y sus orígenes, que nunca está de más.

Esta particular introspección emocional resiente, en ocasiones, el ritmo de una película empeñada en ser profunda pero sin olvidarse tampoco de lo que significa ser “una película de James Bond”, es decir, un espectáculo para la evasión. Estos mimbres de mayor calado sirven, en primer lugar, para elevar al villano por encima de su clásico “super plan maquiavélico”; y en segundo lugar para permitir, no sin cierta trascendencia melancólica, los cambios que esta película desea introducir de cara a las siguientes entregas (SPOILER– el relevo de Mallory/Fiennes como el nuevo M –FIN SPOILER).

Dentro de este nuevo ciclo, “Skyfall” avanza, con respecto a sus predecesoras, en la reintroducción de algunos de los elementos característicos e imprescindibles de la saga que tanto se echaron de menos en “Casino Royale”. Hay mucho más humor, esto es, frases graciosas y lapidarias a diestro y siniestro y, a veces, dirigidas exclusivamente al espectador; tensión sexual no resuelta entre Bond y la agente Eve (Naomie Harris), un claro indicativo del rumbo que tomará este último personaje (una sorpresa se ve venir a leguas, aunque no por ello deja de ser bienvenida); y reaparición de personajes emblemáticos como Q, al que se le han quitado años de encima para convertirlo en un joven informático/empollón al que no le tiembla el pulso a la hora de contrarrestar los sutiles ataques verbales de Bond.

Con Q vuelven también los sofisticados gadgets, aunque en menor cantidad y mucho más discretos, por no decir “sosos”. Vale que se quiera impregnar al Bond del s. XXI con un mayor grado de realismo, pero los gadgets fantasiosos (siempre dentro de unos límites permisibles) son un divertimento adherido al personaje, parte de su patrimonio, y es algo que se sigue echando de menos. Pero parece que para este tipo de cosas tendremos que conformarnos con Ethan Hunt y sus misiones imposibles (a “M.I.: Protocolo Fantasma” me remito).

En cualquier caso, estos detalles puntuales ayudan a que Skyfall tome consciencia de sus raíces, pese a que en todo momento parezca querer huir de ellas y no tener muy claro todavía el rumbo que desea tomar este reinicio. Un reinicio que, por momentos, parece olvidarse de los dos filmes que le preceden, como intentando ser un “reinicio del reinicio” (suena un tanto rocambolesco dicho así).

Skyfall se decanta por algo más tradicional para con el personaje (por mucho que ahora beba cerveza, un detalle finalmente insignificante), pero sin abusar de sus hábitos. Quizás su mayor problema es querer funcionar a demasiados niveles, no terminando de alcanzar al 100% sus pretensiones artísticas.

El tratamiento más profundo de los personajes es algo inusual (o poco frecuentado a lo largo de la saga), así como la solemnidad dramática con la que se están encarando las nuevas tramas, lo que por otra parte la emparenta, como algunos críticos ya han apuntado, al Batman de Nolan. Y conste que aquí la comparación no es gratuita (de serlo, ni lo mencionaría en esta crítica).

Silva recuerda, por momentos, al Joker de “El caballero oscuro” (SPOILER– su plan maestro está orquestado de forma muy similar –FIN SPOILER), y entre la orfandad de Bond y Wayne cada vez se establecen mayores paralelismos. Esto pone a punto de caramelo la posibilidad de que el director más querido de la Warner se encargue de una futurible secuela (el propio Nolan ha mostrado su interés en rodar una película del agente 007, aunque no necesariamente al actual encarnado por Craig). Incluso sería un movimiento lógico y coherente dentro del tono que se ha ido instaurando a lo largo de estas tres nuevas películas.

Las influencias aquí son evidentes, y quizás no tan necesarias para un personaje como Bond. Quizás no necesite ser más humano y complejo, pero es lo que está predestinado a ser (por el entorno, por las modas, por los gustos cambiantes del público…). O lo tomas o lo dejas. No hay vuelta de hoja.

Asumido esto, Skyfall juega en esa línea con más virtudes que defectos y, como ya digo, recuperando señas de identidad absolutamente necesarias para que Bond se distinga por encima del resto.

Probablemente por ese motivo la prensa se deshaga en elogios y emplee frases del tipo la mejor de la saga, el mejor Bond, el mejor villano y bla bla bla (puestos a seguirles el juego, yo digo que tiene “la mejor fotografía de la saga”, y me quedo tan ancho).

Y es que la franquicia se ha caracterizado siempre por una superficialidad asumida con descaro y sin complejos (más bien con orgullo) en afán del mero entretenimiento. Con el Bond de Craig, en cambio, se está intentado ofrecer “algo más”; menos fantasmadas y más chicha, personajes con más entidad y acción más dosificada y sin necesidad de ser el principal reclamo. El invento no termina de brillar en todo su esplendor (le falta poco), pero va estableciendo sus bases y cogiendo fuerza, de modo que, salvo otra pifia monumental tipo “QoS”, la vigésimo cuarta entrega debería ser, ya sí, el bombazo definitivo, dónde espectáculo y sentimiento se den de la mano cuál almas gemelas, y dónde el nuevo Bond empiece a avanzar con paso firme, sin medias tintas.

Vale la pena, de todos modos, destacar que “Skyfall” ofrece un villano de altura de la mano de un Bardem apoyado, sólo en parte, en su estrafalaria caracterización (¿un guiño al Christopher Walken de “Panorama para matar”?), y que aborda el histrionismo con milimétrica cautela (sin pasarse de risible). Un personaje torturado, vengativo y retorcido que, en ciertos aspectos, se eleva como la perfecta antítesis de Bond. Quizás el momento “homoerótico” que ambos comparten esté de más, pero lo cierto es que acaba resultando de lo más divertido. Silva deviene en un villano, en el fondo, genuinamente bondiano, y que por fortuna evita caer en el clásico estereotipo latino (no es un narco, que ya es mucho)

Esa antítesis entre uno (Bond) y otro Silva) no termina de explorarse concienzudamente. Es algo que se sugiere, pero no se exprime, pasando a ser una rivalidad mucho más simple: tu eres el malo y yo soy el bueno; punto y pelota.

A un nivel más técnico, Mendes da una lección de cómo hay que rodar una persecución. Sin marearnos ni aturdirnos, sabiendo en todo momento quién es quién y dónde están. La clásica apertura inicial es cañera, y el resto tampoco se quedan atrás. También nos regala algún que otro momentazo para el recuerdo (ese maravilloso enfrentamiento a contraluz) gracias a su elegancia y saber hacer en la puesta de escena.

Y para terminar, mención especial a Adele y su tema principal para la banda sonora, también sumamente bondiano y elegante. Tanto voz como melodía le sientan como un guante a la cinta. No han arriesgado nada, y eso es lo mejor que podían hacer.

 

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